La ciencia detrás del diseño de experiencias

La ciencia detrás del diseño de experiencias

26 de abril de 2024

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Recuerdo con bastante detalle todavía buscar publicaciones de los años 50 y 60 en ruso (o francés, si había suerte) acerca de un muy poco conocido tipo de materiales con propiedades ‘inesperadas’ llamados metamateriales. Lo que de verdad no esperaba, y fue muy grato, era volver a desempolvar aquellas páginas de editoriales ‘grises y sesudas’. Sobre todo formando ya parte de un equipo de diseño, para descubrir qué estudios científicos hay detrás de la experiencia de usuario.

Si el diseño — entendido como disciplina capaz de responder a una necesidad — es una ciencia, un arte o la combinación de cualesquiera materias, es una discusión que no pretende ofrecerse aquí. La pretensión está, por decirlo de manera técnica, acotada en torno a las similitudes que un físico teórico y diseñador encuentra entre ciencia y diseño.

Este último goza de una naturaleza lo suficientemente propia como para merecer su identidad exclusiva. Y como tantas otras disciplinas, se verá influenciado y construido sobre principios, descubrimientos y definiciones que no tienen por qué pertenecerle. Es algo que, en un mundo finito como el nuestro, nos define. De la misma manera que un ingeniero aeronáutico construye un avión enriqueciendo los principios básicos de la aerodinámica.

El método científico de lo artificial

Ingenieros, filólogos, antropólogos, guionistas, filósofos, psicólogos, economistas,… La naturaleza humana es lo suficientemente vasta como para que cualquier necesidad que precise ser cubierta se apoye en todos esos perfiles a la hora de encontrar la respuesta adecuada. A veces incluso sólo para encontrar la necesidad adecuada que responder. Ha podido ser mediante la evolución a lo largo del tiempo y a través de diferentes nombres — como el de UX— pero con un objetivo latente que no ha variado.

Ese es quizás el paralelismo más destacado entre ciencia y diseño. La capacidad de responder a una necesidad junto a la de definir la propia necesidad. Mientras que la ciencia trata de encontrar — a través de la observación — preguntas que responder, el diseño trata de identificar — también mediante la observación — necesidades que resolver. Y donde reside la sutileza es precisamente en la naturaleza de dichas preguntas y necesidades, tal y como Herbert Simon distinguió en el propio título de su obra ‘Las ciencias de lo artificial’.

Esas necesidades son lo que podemos calificar de ‘artificial’ puesto que, traído a un tiempo más contemporáneo, responden a criterios sociológicos, económicos, políticos, tecnológicos,… Las preguntas que la ciencia se hace se preocupan por responder nuestro entorno ‘natural’, desde el átomo que nos forma hasta la galaxia que observamos.

Por un momento todo esto podría hacernos pensar que el diseño carece de carisma. Pero no es así. La inspiración, la intuición, la huella personal son, entre muchos otros, síntomas que se alejan de dicha ciencia de lo artificial complementando y enriqueciendo el diseño. Para un físico teórico que ha llegado a reconocer alguna vez la belleza fría en una ecuación, olvidarse de cualquiera de ambas partes (la racional y la menos racional) desemboca en desvirtuar el diseño.

Diseño, ergo humano

Sabiendo dónde buscar es relativamente sencillo encontrar artículos y publicaciones científicas relacionadas con leyes, principios y argumentos que usamos los diseñadores en nuestro día a día. Desde por qué un mínimo de 5 usuarios para realizar un test (y contra-argumentos que elevan ese mínimo a 8), hasta la razón fisiológica — el movimiento sacádico del ojo — por la que el patrón de lectura en F cobra sentido en ciertas ocasiones.

El por qué, la definición y las mediciones detrás de las conocidas como leyes de usabilidad, que solapan descaradamente con principios básicos de la psicología y la neurociencia, se encuentran en publicaciones que se remontan a los años 20 y que no están exentas de revisión (como buena teoría científica). No es casualidad que las llamadas ciencias cognitivas (psicología, neurociencia, inteligencia artificial, filosofía y lingüística) tomen un rol tan importante a la hora de dar forma a muchos de los principios del diseño de experiencia de usuario. Y es que muchas veces nos permitimos perder de vista que se trata de moldear productos y servicios que acabarán en manos de personas con sus complejidades fisiológicas, psicológicas y sociológicas.

De la misma manera, tampoco es casualidad que nuestros sentidos perciban diferencias y nos provoquen contradicciones todas aquellas interacciones que se alejan del mundo físico que conocemos. En el ámbito de la cinemática de una animación cualquiera, un movimiento lineal nos parece antinatural por culpa de la ley de la gravitación universal. Y es que no podemos evitarlo; vivimos en un mundo de aceleraciones y no de movimientos lineales.

Por otra lado, hay que añadir la importancia cada vez mayor del conocimiento de nuestro cerebro a través de la neurociencia cognitiva. De cómo una parte más emocional y primitiva nos permite realizar acciones de manera casi inconsciente. Y cómo una carga cognitiva tan ‘leve’ como multiplicar dos números de dos cifras cada uno nos requiere concentración, quizás cerrar los ojos por un instante o dejar de hablar. O como nuestra capacidad de asimilar la información es totalmente diferente dependiendo de si se trata de una información leída o escuchada.

Si extrapolamos todo esto a experiencias y necesidades cada vez menos nuevas como la realidad aumentada o el diseño conversacional, tener acceso a poder compartir y entender este conocimiento a la hora de diseñar es tan o más importante que conocer la tecnología que lo permite.

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Conviene recordar, llegados a este punto, las palabras del propio Don Norman cuando se define a sí mismo ‘applied cognitive scientist’ como parte de la disciplina ‘sintética’ que para él es el diseño de experiencia de usuario.

Confundir las diferentes definiciones de diseño para enmarcarlas dentro de arte o ciencia no deja de ser una interpretación incompleta en parte provocada por la versatilidad de la propia palabra ‘diseño’. Sin embargo, que la pereza no nos impida al menos saber qué hay detrás de una disciplina tan rica en perfiles y conocimientos transversales — económicos, sociológicos, artísticos… y también científicos.

Acerca del autor

Mike Nøah

Diseñador por mera curiosidad desde hace nueve años, estudió física teórica antes de dedicarse enteramente al diseño human-centered. Disfruta salirse de lo habitual en cosas poco habituales, y por eso aprovechó la oportunidad de unirse al equipo de Inteligencia Artificial y colaborar en proyectos de conversación. Quiso ser profesor de universidad. Aprendió el himno de Canadá. Se tomaría un vaso de leche con Larry David. Duerme con la ventana abierta en invierno. Se relaja en la barbería. Y le gusta preguntar ‘por qué’.